Brujas de la Noche Capítulo 26 - La Tercera Bruja

Joel Puga
7 min readFeb 6, 2020

A pesar de los intentos de las Brujas de la Noche de alejarnos de sus asuntos, la Organización y yo seguimos explorando los portales que partían del campamento abandonado en el Gerês.

Después de algunas expediciones infructuosas, encontramos otro lugar de interés.

En cuanto cruzamos el portal, nos encontramos en un camino pavimentado. Inmediatamente me di cuenta de dónde estábamos: en el mirador en la cima del Monte de Madalena, con su inconfundible panorama sobre el río Lima y el pueblo de Ponte de Lima. De niño, había ido allí muchas veces con mis padres a comer al restaurante.

Éste, sin embargo, para mi disgusto, había sido abandonado y destrozado. Todas sus ventanas estaban rotas, y sus puertas derribadas. Bajo la arcada en su cara norte se amontonaban sillas y mesas de plástico cubiertas de hojas y barro. Grafiti cubría la mayoría de sus paredes, tanto exteriores como interiores.

Decidimos empezar a explorar el restaurante por lo que parecía el lugar más probable para una de las Brujas de la Noche esconderse.

Entramos por la planta baja a través de una de las enormes ventanas rotas que formaban una de las paredes del antiguo bar del restaurante. Los espejos detrás del mostrador estaban rotos, y restos de botellas estaban echados por el suelo, junto con sillas y mesitas rotas.

No había nada de interés para nosotros allí, así que atravesamos la puerta detrás del mostrador, que rápidamente descubrimos que llevaba a lo que parecía haber sido la cocina. Llegamos justo a tiempo de ver desaparecer una pequeña sombra en el hueco del ascensor de comida. De que se trataba exactamente, no logramos ver, y cuando los soldados de Almeida miraron por el hueco del ascensor, no vieron nada, pero una cosa estaba clara: era una de las criaturas de las Brujas de la Noche.

Había platos rotos, ollas y sartenes esparcidos por el suelo. Después de una rápida búsqueda para ver si encontrábamos algo que nos interesara, subimos por las escaleras de servicio. En el piso de arriba, encontramos un pequeño cuarto, incluso más pequeño que la cocina, donde los camareros debían haber preparado los platos antes de llevarlos al comedor.

Cuando llegamos, aún vimos la puerta cerrarse, así que fuimos inmediatamente en persecución. Pero apenas salimos de la habitación, nos congelamos. Frente a nosotros, esparcidos por el comedor, entre sillas y mesas rotas, había más de un centenar de criaturas, cada una comiendo carne cruda de animales autóctonos a aquellas colinas: liebres, ardillas, pájaros, zorros e incluso murciélagos.

Entre los seres, había trasgos y goblins, así como dos similares a los que nos persiguieron en el Convento de Santa Clara. Sin embargo, la mayoría eran pequeñas criaturas humanoides, de menos de un metro de altura, con el cuerpo cubierto de pelo negro. Tenían un hocico que mezclaba las características de un perro con las de un gato, lo que llevó la Organización a bautizarlos (sin gran imaginación, hay que admitirlo) de guerros.

Así que las criaturas se dieron cuenta de nuestra presencia, dejaron sus grotescas comidas y se volvieron hacia nosotros. Almeida me arrastró hacia atrás, y sus hombres, no corriendo riesgos, abrieron fuego inmediatamente.

Las automáticas de los soldados derribaron a varios seres, pero éstos cargaron contra nosotros y eran demasiados para que las balas los detuvieran a todos.

Regresamos al cuarto de servicio, esperando que la puerta creara un punto estrecho que permitiera a los soldados enfrentar menos criaturas a la vez. Al principio, el plan funcionó, con goblins, trasgos y guerros siendo abatidos apenas entraban en la habitación. Sin embargo, cuando una de las criaturas más grandes (que yo bauticé como ogrones, en honor de unos monstruos de la serie televisiva Doctor Who) entró, la situación cambió. A pesar del torrente de balas que le acertaba, la criatura siguió avanzando hacia nosotros, casi sin desacelerar. No cayó hasta que llegó a menos de un metro de nosotros y uno de los soldados de Almeida soltó una ráfaga contra sus ojos.

Aunque el ogron fue derrotado, el tiempo que se tardó en derribarlo fue suficiente para que muchas otras criaturas entraran en la habitación. Estas eran demasiadas y estaban demasiado cerca para que pudiéramos derribarlas a todas antes de que llegaran a nosotros. Por lo tanto, Almeida ordenó una retirada hacia la otra puerta, y con los soldados disparando constantemente para, al menos, ganar algo de tiempo;, así lo hicimos.

Apenas habíamos dado algunos pasos cuando esta segunda puerta se abrió, dando paso a más criaturas, encabezadas por otro ogron.

Con la ruta de escape más obvia cortada, Almeida ordenó a sus hombres que formaran un semicírculo alrededor de la ventana más cercana. Uno de ellos usó la culata de su arma para romper lo que quedaba del cristal y del armazón. Luego le pidió a un camarada que sostuviera uno de los extremos de su rifle y lo usó para bajarse hasta un punto del que fuera seguro saltar al suelo.

Mientras algunos de los soldados disparaban para retrasar a las criaturas que se acercaban, otros dos lograron salir y bajar. Sin embargo, era obvio que no íbamos a poder salir todos por allí antes de que los esbirros de las Brujas de la Noche nos alcanzaran.

- ¡Sal de aquí! -me dijo Almeida. - ¡Rápido!

Sin dudarlo, salí por la ventana y, agarrándome de la barandilla para poder bajar lo máximo posible, me dejé caer. Los soldados que descendieron antes de mí me cogieron. En seguida, ellos corrieron hacia el otro lado del edificio para atacar por la retaguardia a las criaturas que amenazaban sus compañeros.

Yo estaba desarmado, así que me dirigí al frente del restaurante, donde tenía una ruta directa de escape hacia el portal, y esperé.

Durante varios minutos, oí disparos y gritos venidos del interior. Luego, volvió el silencio. La lucha había terminado. Y yo sólo podía esperar a ver quién había ganado.

Pasado algún tiempo, vi algo moverse en las sombras más allá de la puerta de la cocina. Cuando este bulto emergió, suspiré de alivio. Era uno de los soldados de la Organización. Varios de sus compañeros aparecieron justo detrás, junto con Almeida.

- Ya limpiamos el interior - dijo éste cuando se acercó. - Pero parece que no hay ninguna Bruja de la Noche aquí.

- Aún hay un lugar donde no buscamos.

Llevé a Almeida y a sus hombres a la pequeña capilla construida justo debajo del restaurante. Del mirador no era muy visible, porque los árboles cubrían su parte trasera. Yo sólo sabía de su existencia porque ya había estado presente en dos matrimonios realizados en ella, cuando el restaurante estaba en su apogeo.

El camino más directo, que implicaba bajar unas escaleras y cruzar un sendero, estaba impasable debido al crecimiento de la vegetación, así que tuvimos que usar el acceso principal. Volvimos casi al lugar donde el portal nos dejara y entramos en un camino pavimentado que pasaba directamente por debajo del mirador y nos llevó a la pequeña capilla.

A diferencia del restaurante, ésta no estaba destrozada. De hecho, bastaría una pintura para dejarla como nueva.

Subimos por la escalera hasta su pequeño adro e intentamos mirar hacia el interior a través de las dos pequeñas ventanas delanteras, pero sólo vimos oscuridad. Algo del otro lado bloqueaba la visión.

- Derriben la puerta - ordenó Almeida.

Pateando, los hombres de Almeida no tardaron en abrir la puerta. Como el exterior, el interior parecía intacto. Bancos de madera aún se alineaban a ambos lados de un estrecho pasillo que llevaba al altar. Detrás de éste, una cruz con una imagen de cristo colgaba de la pared. El único elemento extraño era una mesa de madera colocada a la derecha del altar, a la que se sentaba la figura encapuchada de una Bruja de la Noche.

- Veo que no habéis aprendido a escuchar lo que os dijimos - dijo la criatura con una voz profunda y seca. - Tal vez yo pueda enseñaros.

Almeida aún intentó responder, pero la Bruja de la Noche empezó a lanzar un hechizo y lo ignoró.

- ¡Atrás! ¡Salgan de aquí! - gritó Almeida.

Algunos de sus hombres se habían adelantado y ya se encontraban medio camino hacia la puerta. Aún así, nadie logró escapar. El hechizo de aquella Bruja de la Noche tardó mucho menos en lanzarse que el de su camarada que encontramos en los túneles bajo Valença.

Una ráfaga de viento sopló del altar y cerró la puerta. Los primeros soldados de la Organización que la alcanzaron intentaron abrirla, pero no pudieron. Iban a empezar a intentar destruirla con sus armas, cuando una segunda ráfaga, mucho más poderosa que la primera, llegó hasta nosotros y nos tiró contra la pared como si fuéramos harapos. Los bancos y parte de las decoraciones nos acertaron en seguida. De no haber sido por nuestro equipo de protección, habríamos muerto o, al menos, quedado gravemente heridos.

El viento siguió soplando y aplastándonos contra la pared. Era tan fuerte que nos impedía de caer. Yo cada vez tenía más dificultad para respirar. Finalmente, cuando sentí que estaba a punto de perder el conocimiento, el viento se detuvo y caímos al suelo, entre todas las piezas de muebles que habían sido lanzadas contra nosotros.

Como era de esperar, la Bruja de la Noche ya había desaparecido. Almeida pidió refuerzos y revisó cada centímetro de la capilla, del restaurante y del monte circundante. Una vez más, todas las señales de que la Bruja de la Noche y sus criaturas habían estado allí habían desaparecido. Y aún no teníamos pistas sobre sus objetivos.

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Joel Puga

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